Una vez más Luis Sepulveda rompiendo estereotipos con el hermoso libro Un Viejo Que Leía Novelas de Amor. Este autor suele contar historias de un mundo donde la «naturaleza», enmarcada por nuevas preguntas sobre ecología, tiene un papel principal e indispensable. Fue declarado «apátrida» y es uno de los escritores latinoamericanos que actualmente tiene el mayor éxito en la escala de críticas. Te presentamos un breve resumen de Un viejo que leía novelas de amor aquí.
Indice De Contenido
Introducción
El libro de Luis Sepúlveda titulado «Un viejo que leía historias de amor», fue escrito en 1989 y traducido a 14 idiomas, ganador del Premio Tigre Juan (Oviedo, 1989) y merecedor de otros premios internacionales.
En este artículo hablaremos de la vida de este gran autor, describiremos y analizaremos algunos de los personajes del libro y resumiremos cada capítulo para que las personas que quieran leerlo puedan obtener más información y una comprensión completa de esta novela.
Biografía del Autor
Luis Sepúlveda nació en Ovalle, Chile, 1949. Era muy joven cuando decidió ser un viajero en lugar de un empleado de oficina. Desde Punta Arenas hasta Oslo, desde Barcelona hasta Quito, desde la selva amazónica hasta el desierto del Saharawi, desde las células de Pinochet hasta el barco de Greenpeace, recorrió casi todos los territorios posibles de la geografía y la utopía. Y cuando viajaba, escribía.
Este autor creó su primer libro a la edad de veinte años. Alcanzó premios como el Gabriela Mistral de Poesía en 1976 y el Rómulo Gallegos por una novela en 1978 y luego con la novela «Un viejo que leia novelas de amor», el Premio Tigre Juan. Con ella logra un éxito de ventas y sus derechos se vendieron al cine a Jean-Jacques Annaud, desde entonces ya nadie podía ignorar a este autor.
Cuando Luis Sepúlveda fue desterrado, se trasladó por toda América del Sur y luego viajó a Europa, donde actualmente vive ( España), el autor establece amistad con Julio Cortázar y Osvaldo Soriano, e incluso el célebre Plácido Domingo. Se alimenta para sus trabajos de sus maestros literarios Emilio Salgari, Julio Verne, Jack London, Melville, Conrad entre los extranjeros.
Mientras que en el ámbito nacional, reconoce su dedicación a Francisco Coloane (ha estado particularmente involucrado en la difusión de su trabajo en Europa) Manuel Rojas, Pablo de Rokha, Carlos Drouguet, Juan Godoy y Nicomedes Guzmán.
La forma de narrar de Sepúlveda en el ambiente literario actual tiene gran importancia tanto en América como en Europa, la características del trabajo hecho, su actitud excéntrica, innovación en los temas, su singularidad y la polémica de su trabajo, atrae a mayor cantidad de lectores.
Personajes
En este apartado se describen con detalle cada uno de los personajes que han vida en esta obra titulada «Un viejo que leía novelas de amor»:
- El Alcalde: Era un gran enemigo de todos, porque vino a Idilio, la ciudad de la región amazónica, para recaudar impuestos y vender permisos de pesca y muchas otras cosas solo para ganar dinero, ignoraba las «leyes» de la selva, se creía su amo y dueño de la verdad absoluta, único portador de la razón.
- Los lugareños lo llaman Babosa, porque no para de sudar desde que llegó a la ciudad, también era una persona muy violenta, que inclusive abusaba físicamente de su esposa.
- Antonio José Bolívar Proaño: un hombre mayor que ronda los 70 años, él está casado con Dolores Encarnación del Santísimo Sacramento de Estupiñán Otavalo, vivieron de mala manera en la Sierra hasta que se propusieron mudarse a otro lugar lejano y es por eso que Antonio José Bolívar Proaño y su esposa llegan a la ciudad de El idilio.
- Estando en esa ciudad conocen a la tribu Shuar, pero al poco tiempo su esposa fallece, por supuesto empieza a sentirse solo, pero con la amistad que tenía con la tribu,empieza a ganar cierta libertad que no sentía anteriormente. Pero algo sucede y debe terminar su relación con los Shuar para volverse un hombre solitario, entonces se dedica a leer novelas románticas, incluso las memoriza y crea un grupo de de amantes de las novelas de romance, pero nunca pierde sus ganas de ser valiente y aventurero.
- Los Shuar: una de las tantas tribus de la selva que caminaba semidesnuda, compuesta por muy buenos cazadores que tienen como característica su propio idioma, son grandes bebedores de licor y fuman puros de hojas. Antonio José Bolívar los describió como «una manada de monos paloteadores como loros, ebrios y escandalosos como demonios.»
- No eran violentos con las personas o los animales, los perseguían sólo por el hecho de alimentarse y no como trofeos, respetaban mucho la vida.
- Rubicundo Loachamín: es el odontólogo de la zona, que venía de visita dos veces al año, el viejo Bolívar al darse cuenta de que el dentista era lector de novelas románticas, habla con él y se ponen de acuerdo para que le traiga libros cuando sea posible. Con el tiempo resulta ser un gran amigo de Bolívar, su personalidad era grosera con los indígenas, pero con su amigo era diferente.
- La Tigrilla: es una hembra que estaba deambulando en la jungla después de que un cazador estadounidense mató a sus cachorros e hirió al macho. Posteriormente, por su instinto animal, comete una serie de asesinatos por los cuales termina siendo perseguida por el alcalde. Fue asesinada por Antonio José Bolívar Proaño.
- Dolores Encarnación del Santísimo Sacramento Estupiñán Otávalo: era la esposa de Antonio José Bolívar Proaño.Una mujer muy religiosa, esto se se puede deducir por su nombre y las reacciones que tuvo ante los intentos de besar a su novio y luego esposo Antonio. Después de mudarse a El Idilio, el clima y la malaria terminaron con su vida.
- Nushiño: era nativo de la tribu Shuar, este personaje fue asesinado por un buscador de oro. Se había convertido en un gran amigo de Antonio.
- Los Gringos: son turistas y cazadores que aparecen en la trama, con una ignorancia de lo que es la defensa de la naturaleza, son los causantes directos de que la Tigrilla cometiera su matanza.
- Napoleón Salinas: la historia inicia relatando la muerte de este personaje.
- La Mujer del Alcalde: una indígena a la que el alcalde golpea y acusa de haberlo embrujado, todos pensaban que en cualquier momento ella mataría al alcalde.
- Placencio Plunan: Dueño de una tienda donde acampan y es hallado muerto.
Resumen de Un viejo que leía historias de Amor
A lo largo de este resumen, describiremos los eventos más importantes que tienen lugar a lo largo de los ocho capítulos que forman esta novela y los cuales cuentan con la participación de los personajes descritos anteriormente:
Primer Capítulo
Los pocos residentes de El Idilio y un puñado de viajeros que vinieron de cerca se encontraron en el embarcadero esperando ser atendidos por el dentista Loachamin, quien lograba calmar el dolor de sus dientes con una extraña anestesia oral.
Durante su tratamiento, los pacientes se agarraban a los costados de la silla y respondían al dolor abriendo excesivamente los ojos y sudando en el mar, algunos querían sacar las manos del dentista de su boca.
Mientras tanto, en la distancia, la pequeña tripulación de Sucre era visible y traía consigo muchos plátanos verdes y granos de café. Esto llegaría a El Idilio, tan pronto como el dentista terminara su trabajo, luego navegarían por las aguas del río Nangaritza y desembocarían en Zamora y después de cuatro días llegarían al puerto de El Dorado.
Loachamin visitaba El Idilio dos veces al año, al igual que el empleado de la oficina de correos, que rara vez traía correspondencia para un habitante. Los únicos felices en las cercanías de la consulta eran los jibaros, indígenas execrados por su propia gente. Había una gran diferencia entre un orgulloso Shuar, que conocía muy bien el Amazonas y un Jibaro, como el de El Idilio, que esperaba la atención del dentista.
Después de atender al último paciente, el dentista se sintió muy aliviado y fue al muelle, donde encontraría a su viejo amigo José Bolívar Proaño. En ese momento, se acercaban dos canoas y una de ellas mostraba la cabeza de un hombre rubio, que se conocerá en los próximos capítulos.
Segundo Capítulo
El alcalde aparece en acción, como la máxima autoridad y representante de un poder demasiado distante para causar miedo, era una persona obesa, que sudaba incansablemente. Los residentes decían que sudó desde el momento en que llegó a El Idilio, ganándose el apodo de Babosa.
Debido a una malversación de fondos, fue enviado a ese lugar como una medida de sanción. Estaba sudando y su otra ocupación era administrar cerveza a la gente. Vivía con una mujer indígena a quien golpeaba, acusándola de hechizarlo y todos esperaban que la mujer lo matara.
Un nuevo alcalde llegó a la ciudad con la costumbre de recaudar impuestos por razones misteriosas. El ex alcalde era un hombre querido por la gente porque su lema era «vive y deja vivir», pero murió después de una pelea con explotadores de oro y fue encontrado dos días después con la cabeza abierta por machetes y devorado por hormigas.
Cuando el nuevo alcalde llegó al puente, ordenó levantar el cuerpo. Era un hombre joven y rubio con una constitución fuerte que acusó a los Shuar de matar al ex alcalde, sacó un revólver y apuntó a los indios.
Luego se escuchó una voz que decía que no era una herida de machete. Esta voz era del viejo Bolívar, el anciano se acercó al cadáver y dijo que fue un golpe de tigrillo, un animal adulto lo mató. La hembra lo mató y lo orinó para marcarlo, así dijo Huela, el anciano Shuar.
El alcalde miró extrañamente al anciano de los lugareños, el dentista y no sabía cómo explicar lo que estaba sucediendo. Los nativos apenas vieron lo sucedido se fueron a advertir en su aldea la presencia de la hembra del tigrillo, que buscaría sangre en las aldeas. Esto advirtió a los aldeanos que estaban de servicio.
Más tarde, algunos hombres llevaron el cuerpo tendido sobre las tablas del muelle. En ese momento levantaron la caja a bordo y el alcalde miró la maniobra. Las campanas del éxito anunciaron la partida, lo que los obligó a decir adiós, el viejo permaneció en el muelle hasta que el barco desapareció al pasar una curva en el río, luego se quitó la dentadura y caminó hacia su choza.
Tercer Capítulo
El viejo Bolívar podía leer, pero no escribir. En el mejor de los casos, logró garabatear su nombre. Cuando tuvo que firmar, leyó lentamente, recogió las sílabas y las susurró en voz baja como si las estuviera saboreando.
Vivía en una cabaña de unos diez metros cuadrados donde conoció a Dolores Encarnación del Santísimo Sacramento Estupiñán Otavalo cuando era niño en San Luis, un pueblo de montaña cerca del volcán Imbabura.
Tenían trece años cuando se comprometieron. El matrimonio infantil vivió los primeros tres años de cómo una pareja con el padre de la mujer y lo hizo a cambio de atención y oraciones.
Cuando el anciano murió, heredaron unos pocos pies de tierra, insuficientes para mantener económicamente a la familia. Bolívar cultivó propiedades familiares y trabajó en tierras de otros propietarios.
La mujer no logró quedar embarazada, por lo que él intentó consolarla y viajaron de sanador a sanador e intentaron todo tipo de hierbas. Por eso decidieron abandonar las montañas y justo antes de las festividades de San Luis, reunieron las pocas posesiones, cerraron la casa y comenzaron el viaje. Les llevó dos semanas llegar al puerto fluvial de El Dorado.
Después de otra semana de viaje, esta vez en canoa, llegaron a una esquina del río. La única construcción fue un enorme muelle de cerámica que sirvió como oficina, sótano de semillas y herramientas y vivienda para el grupo de colonos recién llegados a El Idilio.
La pareja recibió el encargo de construir cuidadosamente una cabaña. Trabajaron desde el amanecer hasta el anochecer y destruyeron un árbol con algunas enredaderas; entonces sus entregas se detuvieron y no sabían qué hacer. Aislados por las tormentas, los primeros colonos comenzaron a enfermarse y morir.
Se sintieron perdidos, en una feroz batalla con la lluvia que amenazaba con llevar su cabaña. Los shuar, comprensivos, se acercaron para echarles una mano. Después de la temporada de lluvias, los Shuar los ayudaron a despejar las laderas y les advirtieron que todo era en vano. Cuando llegó la próxima temporada de lluvias, los campos de trabajo que fueron trabajados duramente desaparecieron.
Dolores Encarnación no pudo aguantar el segundo año y se fue en medio de una fiebre muy alta, consumida hasta el hueso por la malaria, el viejo Bolívar Proaño sabía que no podía regresar a la ciudad montañosa.
Aprendió el idioma Shuar al participar con ellos en las cacerías, también aprendió a usar la cerbatana, silenciosa y efectiva en la caza y la lanza frente al pez rápido, cinco años después de estar allí, sabía que nunca abandonaría estos lugares. Una mañana, Antonio José descubrió que estaba envejeciendo cuando perdió una cerbatana. También era hora de irse, decidió establecerse en El Idilio y vivir de la caza.
Un día, el viejo se dedicó a la construcción de una canoa dura y definitiva, de pronto escuchó un fuerte ruido, corrió hacia la explosión y halló a varios indígenas de la tribu Shuar muy tristes. Indicaban una masa de peces muertos en la superficie y el grupo de extraños apuntando con armas desde la orilla.
Los blancos, nerviosos por la llegada de más Shuar, dispararon para alcanzar a dos indios y escapar en su bote. Sabía que los blancos estaban perdidos. Los shuar tomaron un atajo, esperándolos en un pasillo estrecho y desde allí fueron presa fácil de dardos envenenados.
Uno había muerto con la cabeza perforada por los disparos de cerca y el otro trataba de sobrevivir con el pecho abierto. Era su amigo Nushiño, el Shuar fue subido en la canoa e inmediatamente se borraron sus huellas de la playa.
Cuarto Capítulo
Se dice que después de cinco días de navegación llegaron a El Idilio. Pero la ciudad había cambiado, se ordenó a unas veinte casas que formaran una calle frente al río, también había un puente de tablones que Bolívar evitó y navegó unos metros más abajo hasta que el agotamiento indicó un lugar donde levantar la cabaña.
Tanto los colonos como los buscadores de oro cometieron todo tipo de errores estúpidos en la jungla. Llegaron en grupos animados con suficientes armas para equipar a un batallón, el viejo Bolívar fue responsable de mantenerlos a raya, mientras que los colonos destruyeron la selva al construir la obra maestra del hombre civilizado. El viejo se quedó allí todo el tiempo en su soledad y descubrió que podía leer mientras sus dientes se dañaban. Muchas veces fue testigo del trabajo del dentista Loachamin en sus viajes de medio año.
Un día, al lado de las latas de cerveza y los cilindros de gas consiguió a un sacerdote aburrido, con la misión de bautizar a los niños y dejar la conciencia. Durante tres días el sacerdote permaneció en El Idilio, sin encontrar a nadie dispuesto a llevarlo a las aldeas de los colonos, se sentó en el muelle esperando que llegara el barco que lo llevara a otro lugar.
Para matar las horas de aburrimiento, sacaba un viejo libro donde estaba su patrimonio e intentó leer hasta que el cansancio lo durmiera. El libro en manos del sacerdote tuvo un efecto mordaz para los ojos del viejo Bolívar. Era una biografía de San Francisco, pero mientras lo examinaba furtivamente con sus escasas habilidades de lector, sentía que estaba haciendo una estafa al hacerlo.
Era el momento de irse y no se atrevió a pedirle al sacerdote que le entregara el libro. Lo que dejó a cambio fue un mayor deseo de leer. Pasó toda la temporada de lluvias rumiando su desgracia como lector sin valor y por primera vez se sintió terriblemente solo.
Cuando las lluvias disminuyeron y la jungla se pobló de nuevos animales, salió de la cabaña y tomó su escopeta para adentrarse en la montaña. Allí pasó dos semanas en los territorios de animales que disfrutan los hombres blancos. Puso las trampas y antes de abandonar la región de los monos, buscó una papaya alta, uno de esos llamados micos de papaya, tan alta que solo ellos podían alcanzar las frutas deliciosamente soleadas y muy dulces. Al día siguiente, comprobó el éxito de las trampas.
Con el cargamento a sus espaldas regresó a El Idilio, esperando que la tripulación de Sucre terminará con las tareas de carga para acercarse al patrón. Durante el viaje habló con el Dr. Rubicundo Loachamín y le hizo saber las causas de su retiro, El Dorado no era una gran ciudad de todos modos. Para Antonio José Bolívar, después de cuarenta años sin abandonar la jungla, era regresar al vasto mundo que una vez conoció.
Quinto Capítulo
Con las primeras sombras de la tarde, estalló la inundación y en cuestión de minutos fue imposible ver más allá de un brazo extendido. Antonio José Bolívar Proaño durmió un poco. No más de cinco horas por la noche y dos siestas. Durante la temporada de lluvias, en las noches continuaba bajando al río para sumergirse, mover algunas rocas y excavar en el lecho fangoso que a veces le ofrecía una docena de camarones gordos disponibles para el desayuno.
Por la mañana se desnudó, ató una cuerda en su cintura cuyo otro extremo estaba firmemente atado a una pila, salió con un puñado de bichos que se volvieron locos. Pero al salir del agua cuando escuchó un grito, trató de enfocar sus ojos y detectar el bote, pero la lluvia no le permitió ver nada, el chaparrón de agua cayó incansablemente por el río y escuchó cómo se repetía el grito y vio algunas figuras corriendo hacia el muelle.
Los hombres se hicieron a un lado cuando vieron llegar al alcalde. El hombre gordo vino sin camisa y al abrigo de un amplio paraguas negro, soltó agua por todo su cuerpo. La canoa unida a uno de los pilares llegó medio sumergida, flotando solo por ser de madera. A bordo sacudió el cuerpo de una persona con el cuello y los brazos rotos.
El alcalde ordenó que se levantara el cuerpo y que lo tuvieran en las tablas del muelle, resultó ser Napoleón Salinas, un buscador de oro que había sido visto por el dentista la tarde anterior. Salinas fue una de las pocas personas que no se quitó los dientes podridos y prefirió que fuera parcheada con piezas de oro.
El alcalde ordenó a uno de los pobladores que sostuviera el paraguas para mantener sus manos libres y distribuyó las pepitas de oro entre los presentes. Después de coger el paraguas, empujó al hombre muerto con un pie hasta que cayó de cabeza al agua.
Sexto Capítulo
Después de comer los sabrosos camarones, el anciano limpió cuidadosamente su placa de dientes y la mantuvo envuelta en el pañuelo. Limpió la mesa, tiró las sobras por la ventana, abrió una botella de Frontera y se decidió por una de las novelas.
A las dos de la tarde se tumbó en la hamaca, sonriendo en voz baja mientras imaginaba a las personas abriendo las puertas de sus casas y cayendo al río tan pronto como daban el primer paso. Por la tarde, después de tener un estómago lleno, se preparó para seguir leyendo cuando un grito lo distrajo y obligó a asomar su cabeza en la placa.
Una mula loca corría a lo largo del camino entre temblorosos rebuznos, lanzando patadas a quienes intentaron detenerla. Después de un gran esfuerzo, los hombres lograron rodear al esquivo animal. Algunos cayeron para cubrirse de arcilla hasta que finalmente lograron atrapar al animal. El alcalde, esta vez sin el uso de paraguas, ordenó que lo bajaran y le dio un disparo, el pobre animal lanzó un par de patadas al aire y se detuvo.
El alcalde ordenó prepararse para abandonar el puesto de Miranda temprano al día siguiente y ordenó a dos hombres que mataran al animal. La carne rebanada fue llevada al portal del alcalde y el hombre gordo la distribuyó entre los presentes, entonces le preguntó a Bolívar qué parte quería. Él respondió que solo una pieza del hígado, entendiendo que la gentileza del gordo que quedaría registrada en su memoria.
Con un poco de hígado tibio regresó a la cabaña. Cuando asó el hígado que arrojó trozos de romero, el evento que lo sacó de su tranquilidad fue maldecido. Murmuró, se puso la dentadura y masticó los trozos de hígado secos. Muchas veces escuchó que la sabiduría viene con la edad. Habían pasado varios años desde la mañana en que apareció un bote que nunca antes se había visto, un bote a motor que permitía viajar a ocho personas.
En el nuevo bote llegaron nuevos estadounidenses con cámaras y artefactos de uso desconocido, el hombre gordo estaba a punto de tragar, mientras que los recién llegados lo fotografiaron, y no solo a ellos, a todos los que estaban frente a las cámaras, sin pedir permiso, entraron en la cabaña y uno de ellos, después de reír a tiempo parcial, insistió en comprar la pintura que lo mostraba junto a su esposa.
Los invitados entendieron el castellano y no necesitaban al gordo para describir las intenciones del viejo. Amablemente les preguntó alegando que los recuerdos eran sagrados en ese país, tan pronto como devolvió el retrato colgante en el lugar habitual. El anciano soltó la escopeta y se fue, el hombre gordo, que vio los ojos ardientes del anciano, decidió alejarse rápidamente y correr hacia el grupo de estadounidenses, al día siguiente, el bote plano abandonó el muelle con un aumento de la tripulación.
La babosa se acercó al viejo y le pidió que siguiera al gringo tierra adentro, además le dijo que tuviera cuidado. El viejo aprovechó la oportunidad para pedir al gringo que cuando regresara a El Dorado, hablara con el comisionado para que pudiera enviar a un par de personas de las zonas rurales.
El bálsamo contra el insomnio le llegó una mañana después, cuando vio aparecer el pequeño bote. Esa no fue una llegada elegante, chocaron con las pilas del muelle y ni siquiera se molestaron en asegurar el bote. Vinieron los estadounidenses y, tan pronto como pisaron tierra, partieron en busca del alcalde.
Los gringos deseaban entrar y fotografiar a los shuar. El colono los siguió sin problemas al sitio donde viven los Shuar, dicen que los micos asesinaron a uno de ellos. De retorno a El Idilio, entregó los restos y dejó al alcalde en paz, la paz que tuvo que cuidar porque los momentos agradables frente al río dependían de ello.
Se disponía entonces a relajarse leyendo más de sus historias de amor, pero esa paz fue nuevamente burlada por el alcalde, que lo obligaría a participar en la expedición en busca de la tigrilla de garras afiladas que se encontraba oculta en algún lugar de la espesura de la selva.
Séptimo Capítulo
Un grupo de hombres se reunieron, el alcalde ordenó a su esposa que les sirviera café y plátanos verdes, repartió cartuchos, atados con cigarros, fósforos y una botella de Frontera en el cuello. Antonio José Bolívar Proaño desayunó temprano y sintió la molestia de cazar con el estómago lleno.
Salieron de la última casa de El Idilio y entraron en la jungla, a excepción del alcalde todos caminaron descalzos, forraron sus sombreros de paja con bolsas de plástico, protegieron sus cigarros en bolsas de lona, municiones y fósforos. Caminaron lentamente por el pantano, para avanzar mejor, se repartieron y en el medio estaba el alcalde.
Antonio José estaba detrás del alcalde, la marcha fue interrumpida repetidamente debido a la dificultad y la terquedad del hombre obeso, que constantemente repetía que no podía continuar, a lo que el viejo ordenó que se quedara y desapareció él solo dentro de la oscuridad.
Regresó al grupo orientado por el olor a tabaco proveniente de los hombres e informó que había encontrado un lugar para pasar la noche, el hombre gordo no estaba muy a gusto con la idea, pero el viejo le convenció de que se trataba de un lugar seguro, donde ellos podrían ver a la bestia y ella no podría verlos a ellos, entonces mantuvo la calma y trataron de dormir.
Antonio José Bolívar estaba alerta a los sonidos de la jungla y recordó la primera vez que vio un verdadero pez de río cuando todavía era un aprendiz, deseó la suerte de que un Shuar lo viera a tiempo y lanzó un grito de advertencia: «No entres, es peligroso!» a lo que este respondió «¿Pirañas?» Peor que las pirañas, un bagre, un pez enorme de dos metros de largo y setenta kilos de peso, él se sintió aliviado.
Al día siguiente se adentraron en la selva tras un rastro y fueron alertados por ruidos que parecían provenir de una bestia. El alcalde estaba sumamente asustado y gritaba haber visto a la tigrilla, a la vez que descargaba su escopeta. Pero cuando el grupo de exploradores descubrieron que se trataba de un oso hormiguero y los hombres sacudieron la cabeza conmovidos por el lamentable destino del animal, mientras que el hombre gordo volvió a cargar su arma.
Después de la cena, vieron el letrero de Alkasetzer desvanecido e identificaron la publicación de Miranda. El colono fue encontrado a pocos metros de la entrada, con la espalda abierta de dos golpes que se extendieron hasta la cintura y el cuello abierto mostraba su garganta, el hombre muerto todavía sostenía su machete, el alcalde miró el cuerpo y dijo: «No entiendo, ¿por qué no se encerró al escuchar a la tigrilla? Mientras se colgaba su escopeta,»¿Por qué no la usó? No era un mal tipo, ¿tenía parientes?» preguntó el alcalde, a lo que respondieron que había venido con su hermano, pero murió de malaria hace varios años.
Más adelante hallaron otro cadáver, que exhibía las garras de la tigrilla en los hombros y el cuello abierto, junto a él yacía su machete enterrado. «Creo que entiendo», dijo el viejo.
El hombre muerto era Plascencio Punan, un tipo que no pudo encontrarse a sí mismo. Recordó oírle hablar sobre Colombia y las piedras verdes. Por como yacía el cuerpo era fácil deducir que el animal lo atacó desde el frente y Miranda estaba preocupada por salirse del camino, pero no llegó tan lejos, como hemos visto.
Octavo Capítulo
Más tarde, envolvieron a los muertos en hamacas para evitar que ingresaran a la eternidad como extraños. Tiraron del bulto hacia un pantano cercano, lo recogieron y lo arrojaron entre los juncos y las crestas. Regresaron al puesto y el hombre gordocaminaba muy de cerca con los guardias. Dos hombres permanecerían despiertos para ser relevados en cuatro horas por otros. Antes de dormir, cocinaban arroz con rodajas de plátano y después de la cena, Antonio José Bolívar se limpiaba la dentadura.
Como era parte del primer turno, el viejo conectó la lámpara de carburo y se dispuso a leer. Su compañero de vigilia lo miró confundido, le preguntó si realmente podía leer y qué leía en una novela, pero le pidió que se callara porque su aliento movía la llama y afectaba la luz.
El otro se alejó para no obstaculizar. «¿De qué se trata?» le preguntó, «De amor», respondió el viejo, quien inmerso en su lectura sin ser molestado por el ruido. «Lee un poco más alto», le pidió, «¿Te interesa?» le dijo el viejo, «En ese caso tengo que leerte desde el principio», añadió.
Antonio José Bolívar regresó a la primera página del libro. «No tan rápido, amigo. Hay palabras que no sé», el gondolero, la góndola y los besos que eran urgentes estaban a medio terminar después de un par de horas de intercambio de puntos de vista salpicados de anécdotas picantes. Los hombres se reían, fumaban y bebían. El alcalde se movió molestamente en su cama.
«Entonces sabes que Venecia es una ciudad construida en una laguna. ¿Y como lo sabes?» Le preguntaron, «¿has estado allí?» preguntó al viejo. «No, pero recibo instrucciones», fue su respuesta. Desde el exterior llegó el leve ruido de un cuerpo moviéndose furtivamente. El cuerpo en movimiento trazó un semicírculo alrededor del estrado. El alcalde se acercó en cuclillas al anciano, ¿es ella? Sí. Y nos olía a nosotros.
El hombre gordo se sentó de repente. A pesar de la oscuridad, tiró la puerta, vació el revólver y disparó ciegamente a la espesura. Los hombres encendieron la lámpara y vieron al alcalde recargar el arma. Al amanecer, salieron a rastrear el vecindario. La lluvia no borró el camino con plantas marcadas que dejó el animal. Regresaron a la cabaña y bebieron café negro.
El alcalde se dio cuenta de que ya se había desacreditado demasiado delante de los hombres. Encontró una salida oportuna ante las circunstancias y que además le serviría para cubrirse la espalda, «Hagamos un trato, Antonio José Bolívar. Eres el más viejo en el monte. Solo servimos como obstáculo, viejo encuéntrala y mátala. El estado te pagará cinco mil sucres si lo logras.»
El alcalde quería deshacerse de él. Al viejo no le importaba lo que pensara el gordo sudoroso, ni eran de su interés las ganancias ofrecidas. Tenía la sensación de que el animal no estaba muy lejos, puede que incluso los observara en ese momento. El Gringo había matado a su descendencia y quién sabe si a su macho también. Por otro lado, el comportamiento del animal le permitió intuir que estaba buscando la muerte.
El animal estaba buscando la oportunidad de morir cara a cara, en un duelo que ni el alcalde ni ninguno de los hombres podían entender. «¿Qué me respondes viejo?» El alcalde repitió. «Trato hecho, pero me dejan cigarrillos, fósforos y algunos otros cartuchos». El alcalde respiró aliviado cuando escuchó la aprobación y entregó la solicitud.
El viejo escudriñó las páginas desde el principio. Estaba molesto porque no podía encajar en el argumento. A lo mejor tengo miedo, pensaba… A ver, Antonio José Bolívar, ¿Qué te pasa? Esta no es la primera vez que conoces a un animal loco, ¿Qué te impacienta? ¿La espera? ¿Prefieres verlo exhibido? ¿En este momento derribar la puerta y obtener un resultado rápido? ¿No crees que la bestia, con toda la inteligencia que ha demostrado, puede estar atacando a ese grupo de hombres?
Puede seguirlos y eliminarlos uno por uno antes de llegar a El Idilio. Sabes que puede hacerlo y deberías haberles advertido, decirles: «No separen ni un metro». Pero Antonio José Bolívar, recuerda que no eres un cazador. No eres un cazador. Muchas veces los residentes de El Idilio hablan de llamarse a sí mismo el cazadores y usted mismo les responde que esto no es cierto.
Es cierto que los cazadores son cada vez menos, porque los animales han entrado en la intersección oriental de cadenas montañosas imposibles, la última especie vista fue una anaconda que vive en territorio brasileño. Pero viste y cazaste anacondas no muy lejos de aquí.
El reptil había sorprendido al hijo de un colono durante el baño. ¿Recuerdas eso, viejo? En la canoa seguiste el camino hasta que descubriste la playa donde estaba tomando el sol. Luego dejaste varias nutrias muertas como cebo y esperaste. Fue una buena espera, el poder de la mano, con un corte limpio.
El otro fue un homenaje de agradecimiento al brujo Shuar que te salvó la vida. El reptil recibió la flecha y levantó casi las tres cuartas partes del cuerpo. Y los tigrillos de tigre tampoco te son extraños, excepto que nunca mataste a un cachorro, ni a un tigrillo ni a ninguna otra especie. ¿Por qué recuerdas todo esto? ¿Por qué la tigra llena tu mente? ¿Tal vez porque ambos saben que son iguales? Tigrillo no persigue a tigrillo.
Los shuar se negarán. Ellos solo matan para alimentarse, pero tu amigo Nushiño te ha dicho que los Shuar también intentan matar a los perezosos tanzanos. ¿Y por qué, amigo? Las tanzanos no hacen más que dormir colgando de los árboles. Después de beber varios tazones de café negro, fue a la preparación.
Derritió algunas velas y sumergió los cartuchos en el sebo líquido. El resto del sebo fundido se aplicó a la frente, especialmente cubriendo las cejas. Con esto, el agua no nublaría sus ojos si se encontraba con el animal en un claro de la jungla.
Finalmente, revisó el borde del machete y se arrojó a la selva en busca de rastros. Comenzó con doscientos pasos contados desde la cabaña en dirección este, descubrió una multitud de plantas destrozadas. Allí el animal se arrastró antes de pasar a la cabaña. Por lo tanto, descubrió que las marcas del animal estaban estampadas y eran bastante eran grandes.
La hembra no cazaba, las ramas de la maleza rotas contradecían el estilo de caza de cualquier gato. La imaginó allí mismo, su cuerpo delgado, su respiración agitada. Justo antes del mediodía dejó de llover y se alarmó., tenía que seguir lloviendo, de lo contrario en una espesa niebla le impediría respirar y ver más allá de su nariz.
La hembra no cazaba. Las barras rotas contradecían el estilo de caza de cualquier gato. La imaginó allí mismo, su cuerpo delgado, su respiración agitada justo antes del mediodía dejó de llover y se alarmó. Tenía que seguir lloviendo, de lo contrario en una espesa niebla que le impediría respirar y ver más allá de su nariz.
Luego la vio, pudo verla moverse hacia el sur, a unos cincuenta metros de distancia. Calculó que de la cabeza a la cola medía sus buenos dos metros, el animal desapareció detrás de un arbusto y luego apareció de nuevo. «Conozco ese truco, si me quieres aquí, me quedaré». Afortunadamente, el descanso no duró mucho y comenzó a llover con renovada intensidad.
La hembra fue vista varias veces y siempre se movía por un camino orientado de norte a sur. «Aquí me tienes», dijo «Soy Antonio José Bolívar Proaño y lo único que me ensombrece es la paciencia. ¿Por qué no me rodeas e intentas atacar? ¿Por qué no vas al este para seguir? Me cortaste el camino al río. Ese es tu plan, quieres verme escapar de la jungla y seguirme.»
El anciano calculó que tenía una hora de luz, y en ese momento se iría, llegaría a la orilla del río y encontraría un lugar seguro. Con suerte, llegaría antes de que la hembra descubriera su maniobra evasiva. El río estaba cerca. Solo había una pendiente hacia abajo cuando el animal atacó. La hembra debe haberse movido tan rápido que descubrió un intento de escape que tuvo éxito, hasta que estuvo al lado del viejo.
Fue golpeado en sus piernas y rodó por el suelo mojado de la selva dando vueltas. Mareado, se apoyó en el machete con ambas manos y esperó el último ataque, la hembra movió la cola locamente. El viejo se movió lentamente hasta que recuperó el rifle. De repente rugió, triste y cansada, y se tumbó sobre sus piernas.
El animal apenas respiraba y el dolor parecía atormentarle. ¿Era eso lo que estaba buscando? ¿Qué le diera un disparo final? El viejo gritó a todo pulmón y la hembra se escondió entre las plantas. Se acercó al macho herido y le dio unas palmaditas en la cabeza.
Cargó el arma de nuevo y vio a la hembra bajar para encontrarse con el macho muerto. Se dirigió a toda prisa hasta el puesto abandonado por los buscadores de oro, miró rápidamente y encontró una canoa en la playa. También encontró una bolsa de rodajas de plátano secas, se acomodó en la canoa y pensó que estaba a salvo.
«Tuvimos suerte, Antonio José Bolívar». Arregló el arma y el machete a sus costados. Sintiéndose tranquilo se comió un puñado de plátanos, estaba muy cansado y se durmió pronto. Fue un sueño curioso. Se vio a sí mismo con sucuerpo delante de él. Algo se movía en el aire. Persígala, escuchó ordenar al piache Shuar, mientras masajeaba su cuerpo con un puñado de cenizas frías. Contuvo el aliento para saber lo que estaba sucediendo, no se quedó en el mundo de los sueños.
La tigrilla estaba realmente frente a él, caminando, el animal estaba usando sus garras para aferrarse al terreno. ¿Qué nuevo truco fue ese? Tal vez era cierto lo que dijo el Shuar: «el tigrillo captura el olor de los muertos que sale de los hombres sin saberlo».
El viejo entendió que el animal estaba loco. Lo marcó como su presa y lo consideró muerto, pero la hembra decidió ingresar a su escondite porque él no respondió al desafío. Con su cuerpo sobre su espalda, retrocedió hacia el otro extremo de la canoa.
Levantó la cabeza con la escopeta contra el pecho y disparó. Podía ver la sangre brotar de las patas del animal, calculó hacia la apertura de la pierna. Luego volvió a cargar el arma y con un movimiento giró la canoa. El animal, sorprendido, yacía sobre las piedras que había en el ataque.
Escuchó gritos de una voz desconocida, la vio corriendo por la playa, ignorando la pierna lesionada. El viejo se sentó, y el animal saltó sobre sus garras mostrando los dientes, obligándolo a esperar a que llegara a la cima de su vuelo. Luego accionó el gatillo y el animal permaneció un instante en el aire, de pronto cayó bruscamente.
Antonio José Bolívar Proaño, se acercó al animal muerto. Era más grande de lo que pensaba cuando la vio por primera vez, el viejo la golpeó, ignorando el dolor que sentía en el pie lesionado y lloró de vergüenza. Empujó el cuerpo del animal hasta la orilla del río y el agua lo llevó hacia el interior de la jungla.
Inmediatamente arrojó la escopeta y la vio hundirse sin gloria. Antonio José Bolívar Proaño se quitó la dentadura postiza, la sostuvo envuelta en el pañuelo y, mientras maldecía al capataz gringo, cortó una rama gruesa de un machete y se apoyó en ella, comenzó a ir tras El Idilio, hacia su cabaña y encontró consuelo en el recuerdo de algunas piezas de sus novelas que hablaban del amor, con palabras tan hermosas que a veces le hacían olvidar la barbarie humana.
Valores Ilustrados en La Obra
Como toda obra literaria, Un viejo que leía novelas de amor también tiene algo bueno que dejarle a sus lectores, en este caso esas virtudes son destacadas a través de los siguientes valores que se incluyen en el relato:
- Generosidad: este valor está representado en todo el trabajo realizado por el dentista Rubicundo Loachamín al limpiar los dientes de cada uno de los residentes. Su generosidad se mostraba dos veces al año en El Idilio,cuando cuidaba a sus pacientes.
- Amistad: este valor refleja que la amistad no solo se presenta desde cerca, lo cual es posible evidenciarse cuando el anciano y el médico son amigos desde hace muchos años, a pesar de que solo se veían dos veces al año. Esto refleja la buena amistad que existió entre Antonio José Bolívar Proaño y el dentista Rubicundo Loachamín.
- Respeto: El respeto del viejo por la cultura Shuar se demostró en todo lo que la tribu le enseñó sobre la vida al anciano, ya que no era como todos los blancos, sino que solo quería la compañía de estos, por el gran respeto que les mostró, ellos lo llevaron a vivir junto a su comunidad durante muchos años.
- Confianza: Este valor se muestra cuando los Shuar confiaron en el anciano, al que lo adoptaron y le enseñaron todo lo que sabían sobre la caza, la jungla y los peligros, porque el anciano los inspiró a través de la confianza.
Opiniones de Lectores
A veces, la mejor reseña que podemos obtener de un libro surge precisamente de sus lectores, es por ese motivo que a continuación citaremos algunas opiniones hechas por lectores de esta obra escrita por Luis Sepulveda:
«Nuestra opinión personal sobre esta novela es de gran satisfacción, ya que aborda temas como el amor, que constantemente nos rodea, también ilustra muchos valores que todos debemos tener y practicar en nuestra rutina diaria…
… También nos gustó el libro, por las aventuras que vivió José Antonio Bolívar Proaño, porque fueron muy emocionantes y cada una proporciona una lección que puedes practicar todos los días, incluso la cultura de Shuar fue muy interesante, porque valieron la pena. Ellos mismos mostraron por sus habilidades que podían ser mucho mejores que aquellos que lo tenían todo…
… El tema del libro es muy variado y lo recomendamos a todas las personas que buscan otra historia relacionada con la naturaleza y que representan mucho más que parte de su título.» Estudiantes de un curso de 2do Año
«Una hermosa historia ubicada en el bosque del Amazonas, donde vive Antonio José Bolívar Proaño, un anciano con una larga y emocionante vida detrás de él. Llegó como un colono con su esposa cuando ambos eran jóvenes, pero ella no podía tolerar la vida en la jungla y murió, Antonio José vive por un tiempo con los indios Shuar, donde aprende a sobrevivir en la jungla y el amor y respeto..
… La historia se cuenta para nosotros cuando Antonio José vive en El Idilio, un pequeño pueblo, donde habita una pequeña cabaña que sirve para la cacería y en su tiempo libre se entrega a su pasión que es la lectura de novelas de amor. Además, en esta novela se nos cuenta sobre la estupidez y el deseo de riqueza y destrucción del hombre occidental, el protagonista es consciente de esto, en cambio…
… El contrapunto es que también ama parte de la cultura occidental, que son los libros, especialmente las novelas de amor, que transmiten una sensación de grandeza que él no ha experimentado, a la vez que le cuentan sobre lugares distantes que casi nunca imagina. También es una novela emocionante en el género de aventuras. Sin lugar a dudas se trata de un libro corto y hermoso que vale la pena leer.» Patricia Mariño Rodriguez
«Existe un vínculo entre la selva y el alma en los libros, y ese vínculo no es otro que Antonio José Bolívar Proaño, un anciano que lee historias de amor. Solo, envuelto en la tranquilidad de su cabaña y el silencio del pueblo de El Idilio, a Bolívar Proaño le gustan las novelas de Rubicundo Loachamín…
… Pero nada es eterno, y la avaricia de los gringos y una herida «tigresilla» lo devolverán al corazón de la selva, al lugar donde los Shuar lo expulsaron hace mucho tiempo. A través de diálogos ingeniosos y mordaces y personajes únicos, Luis Sepúlveda construye una novela llena de vida y muestra un profundo respeto por la selva y por todos los que viven en ella, incluido un anciano apasionado por las novelas de amor.» Jorge Juan Trujillo Valderas
«Luis Sepúlveda logra llevarte a las profundidades de la selva amazónica por algunas páginas que, aunque cortas, no tienen por qué ser escasas. Una pequeña historia con un alma muy grande que indudablemente deberíamos aplicar al Decálogo de la regulación de Monterroso: «lo que puedes decir en cien palabras dilo en cien palabras (…)» (poco más necesita el chileno). Además, cabe reseñar que el personaje de Antonio José Bolívar Proaño tiene una arquitectura literaria mágica … Muy recomendable.» R. Luque
«Esta novela corta, de solo 130 páginas, me ha dejado con muy buen gusto. Para empezar, debo admitir que leí el prólogo esperando una novela mucho más guerrera y con un fondo crítico mucho más pronunciado. Pero cuando leo la novela misma, en mi opinión, la parte crítica o queja está bastante equilibrada con lo que se puede llamar homenaje al hombre occidental…
… Asimismo se encuentran quejas contra la explotación de personas (en este caso por gringos) de las áreas naturales y selváticas de América Latina y tributo a la naturaleza y la lógica abrumadora con la que actúa. Como obviamente todos quieren saltar o atacar lo natural (es decir, ir en contra de la naturaleza), la naturaleza reaccionará con claridad, pero también de manera muy lógica. Me atrevo a definir este trabajo como una novela ecológica…
… La novela tiene una estructura muy simple, tanto en su historia como el narrador, que es básicamente la historia de un hombre que pasó de vivir en la civilización a vivir con una tribu Shuar en consonancia y en total respeto por la naturaleza que aprendió «la lógica de la jungla «y de la que finalmente se fue a vivir de nuevo en la» Civilización» donde intenta llevar una vida tranquila mientras descubre una nueva pasión: las novelas de amor…
… En mi opinión, este trabajo también puede considerarse una novela de transición, ya que leer el texto no requiere mucho compromiso y es una lectura muy agradable sin tener que estar «atrapado» en el libro. Este aspecto también está respaldado por la pequeña extensión del mismo, que es otro beneficio para el autor Luis Sepúlveda, ya que suele ser muy complicado encontrar la extensión exacta de cada libro de historia y Sepúlveda en este caso lo ha logrado…
… Sin temor, puedo recomendar leer esta novela a cualquiera que esté interesado en el tema del Amazonas o respete a la naturaleza, o tal vez que quiera un entretenimiento que no tome mucho tiempo y sea de alta calidad entre lo razonable.» Andrews
«El más fácil de definir. Es una novela simple que no busca el aplauso de los críticos o las altas esferas de la literatura, solo busca lo más simple que sea complacer al lector de una manera sencilla y directa. No es una novela que aparecería en las listas típicas de las mejores novelas de la historia, década o incluso el año, a menos que la lista haya sido hecha por un lector, pero si es una novela que todos los que la leen, recuerdan y lo más importante es que nos hará pensar…
… En este sentido, llama a una reflexión ecológica, sin ser la cantaleta que estamos acostumbrados a oír en todas partes en muchas ocasiones y que en muchos casos cubre más de lo que ayuda a algo que más o menos todos deberíamos tener en mente, esta novela es un compendio de la verdad sobre lo que es el medio ambiente, no solo la defensa de la naturaleza, sino saber cómo actuar con ella y darle el uso necesario para la vida, sin dañarla…
… El protagonista de la historia puede pensar si la novela es literalmente leída por un antagonista de la lente ambiental, pero no es más el amigo del medio ambiente quien grita, que el que sabe respetar y realmente conocer la naturaleza. No todo está en dar gritos más fuertes, porque más personas lo escuchan, pero como el autor nos muestra aquí, para traer respeto y estas acciones a la vida común basta con llegar a las necesidades de las personas y la naturaleza.» Jose Gomez
«Con un anciano que leía novelas de amor, nos enfrentamos a una novela que a todos les gusta: tuvo gran recepción entre los lectores, mayor impresión, varios premios, promocionada por el cine y muy apreciada por la crítica. Sin embargo, es una novela que tiene notables debilidades, de las cuales se habla muy poco y que revisaremos aquí.
Luis Sepúlveda es un viajero incansable, y esta novela se deriva de su experiencia con los indios Shuar en la selva amazónica. Es por ello que revela un profundo conocimiento de la selva, así como las costumbres y la visión del mundo de esa ciudad. De hecho, ella es la gran protagonista del libro, y a través de él se cuenta toda la historia.
El autor presenta aquí un texto con muchas características de fábula. Todo esto es un atractivo ecológico a favor de la selva amazónica, y sus personajes y aventuras se desarrollan de acuerdo con la propuesta ideológica del autor. El protagonista es Antonio José Bolívar Proaño, un ex residente de El Idilio, un pequeño pueblo costero selvático.
Este es un hombre que viajó a la jungla con su esposa como colono pero no pudo vivir con el duro ambiente de la jungla: murieron de hambre, temieron por su hogar y su vida muchas veces y finalmente ella muere, víctima de un enfermedad tropical, cuando estaban desesperados y frente a una jungla que no entendían, los Shuar los ayudaron.
Antonio, que ya es viudo, vive una temporada con los Shuar, donde aprendió a conocer y respetar la jungla. Se hace amigo de los miembros de esta tribu («eres como nosotros, pero no uno de nosotros», repiten), y a su regreso a la ciudad, ya no es el mismo hombre, sino un curtidor y un mejor conocedor de la selva y más sabio, enriquecido por el contacto con la naturaleza y las personas que lo conocen bien. Siendo un hombre viejo, Antonio se verá obligado a luchar contra una hembra Tigrilla que se ha vuelto loca y amenaza con atacar la aldea.
Viajará con un grupo de conocedores de la selva, a quienes se une el alcalde de la ciudad, un hombre obeso, corrupto e incompetente; Sin embargo, terminará su viaje solo, enfrentándose al animal más peligroso de la jungla, no dispuesto a luchar contra él, pero sin ninguna opción para evitarlo.» Carampangue
«¿Cuál es el objetivo de la novela? Difícil de especificar, pero a juzgar por el final del trabajo, lo que quiere decir es que el anciano busca refugio en la lectura para no enfrentar la triste realidad de ver el mundo de la jungla, que es suyo, siendo abusado y destruido. Además, curiosamente, la reacción de la hembra tigrilla herida proviene del amor y su penúltimo encuentro con el hombre muestra cuán grande es el sentimiento…
… Aprecio esa escena como si fuera la historia de amor más notable que el viejo lee. Él predice que es importante y el resultado le da la razón. Podríamos verlo como una metáfora de las emociones que la selva despierta en él y el dolor causado por su destrucción. Es una novela tan corta que parece una larga historia donde el manejo de la atmósfera de la jungla es excelente. En el entorno amazónico, aunque la mayoría de los personajes no son shuar, el sentimiento doméstico se respira…
… Y ese es el tributo en este libro: hacernos identificar con los nativos, impresionarnos con la invasión ignorante de la «civilización», hacernos amar la selva, provocarnos a que la conozcamos más, preocuparnos para que queramos saber qué haremos para protegerlo. El trabajo sintetiza sus mensajes con tal intensidad que podemos atrevernos a decir que si te animas a leer este libro, no lo olvidarás.» Roxana Urue
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